A fines del siglo pasado, el Papa Juan Pablo II, había asegurado que el Infierno no existía como lugar, sino que se trataba del estado del espíritu ante la ausencia de Dios. Hace unos pocos días, el Papa Benedicto XVI dejó hechas cenizas las palabras de Juan Pablo II al asegurar que el Infierno no sólo existe, sino que es eterno.
Y más allá de estos debates teológicos-filosóficos, me pregunto qué pensará de todo esto Onur Calar, el pequeño de once meses que milagrosamente se salvó de las llamas del Infierno…
Ludwigshafen es un pueblo alemán que la semana pasada padeció el Infierno de la xenofobia, todavía hoy tan viva en varios rincones del mundo.
Y fue en un pequeño edificio donde la irracionalidad decidió provocar un incendio que alcanzó gran magnitud, provocando muertes y heridos.
Y acá aparece la cruda vivencia de Onur Calar que ante el avance de las llamas, sus padres decidieron jugar tan seria y dolorosamente su suerte y arrojarla por la ventana de un cuarto piso, mientras que abajo un bombero intentaba atajarla entre sus manos salvadoras.
El final para el pequeño fue feliz, aunque su héroe humano recibió un duro golpe en su cabeza contra el suelo al recibirla entre sus brazos.
Sin embargo, este suceso marcará para siempre su vida, ya que en este cruel ataque irracional, falleció su hermanito de dos años, dos primas y una tía que se encontraba embarazada, totalizando la pérdida de nueve vidas y algunos heridos en grave estado (entre ellos el bombero).
¿El Infierno existe?
¿Y encima es eterno?
La esperanza no puede ser dañada y de alguna manera la mayoría de nosotros esperamos que estos hechos inhumanos sean mandados de inmediato al Infierno, porque las heridas del alma no sanan fácilmente, y el alma de Onur Calar tendrá que hacerse muy fuerte para poder seguir viviendo en un mundo que a veces parece encontrarse tan lejos del cielo.